jueves, 17 de mayo de 2007

Parafraseándome


-Que la inocencia me valga-
repetía
mientras iba campante por la vida
viendo de afuera
gente quebrantada
por aquello de mal de muchos
consuelo de tontos
¡Qué engaño! uno más.

Sabía perfectamente
que la curiosidad mató al gato
y por las dudas
no intentaba caer parada
ni bien a nadie.
Era mejor asumir
que era sapo de otro pozo.

Volvía a casa
cerraba la puerta
prendía la hornalla
elegía un té saborizado
y a otra cosa mariposa!
Antes de cerrar los ojos
rezaba: mañana será otro día
con su propio afán.

La vida transcurría sin advertir
mi presencia desahuciada.
No hay mal que por bien no venga
me auto convencía
y trataba de resolver
hasta la orfandad por teléfono
escuchando quejas de algún otro
que estaba más solo que un hongo
más ciego que yo.

Me era casi imposible
remontar así…
Tenía un sobretodo
finito como cinco de queso
y el invierno pasaba
sin previo aviso
a calarme los huesos.
Yo permitía
que entraran los chifletes
-recuerdo-
para medir mi calidez.

Prendía leños
a duras penas
esa salamandra ardía
y el silencio cedía paso
al chisporroteo de las brasas.
Pasaba horas
envuelta en un plumón
frente al juego hipnótico
esperando entre chispa y llama
vaya uno a saber qué milagro…

Entonces fue que apareciste
como Dios te trajo al mundo
y en la cima de mi amor
tuve que repasar y grabar
maldito el hombre
que confía en el hombre
para preservar mi corazón.

-Que la inocencia me valga-
retengo entre ceja y ceja
cuando la ira pretende enseñarme
cuántos pares son tres botas
cuando la angustia tiende
a embargarme los sueños
y la alegría.

Que acá hay gato encerrado
y está maullando
es mucho más
mucho más
que un decir…

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