martes, 24 de abril de 2007

Aquellos ojos rasgados


Prescindir de ellos
¿cómo podría?
fueron
disparadores de cardos
en una era desértica
fueron
géiseres de arena
justo en la comba
de mi sed.
Fue así
crudo y cáustico
el fin de la inocencia…



Éramos
cómplices del silencio
andábamos correteando la vida
“como Dios nos trajo al mundo”
toreando bofetadas
lejos
tan lejos del mal…


Prescindir de ellos
de veras, no podría
pues aún les adeudo
una autopista al mar
al traspié aguachento
al lapso antiséptico
al trago salado
al giro
donde muté a vestal
entre poetas.
¿Cómo prescindir de aquello
que me ató un cordón divino
que me ligó las entrañas
a la bravura
de un cuerpo inmortal?


Éramos
cómplices del silencio
andábamos correteando la vida
“como Dios nos trajo al mundo”
rozando el perdón y la aurora
lejos
tan lejos del mal…

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