lunes, 15 de febrero de 2010

Lluviecita del cuarto menguante




Tengo el corazón en las manos, me laten las palmas y las yemas.
Ya no me importa el qué dirán pues ya lo han dicho
-no hay nada nuevo bajo el sol…-
Ya no me hieren espinas ni popurrís de rosas sintéticas
ni ponzoñas espumantes de áspides.
Ya no soy yo sino un reflejo, un eco de tu voz
¿cómo te explico?... este amor
se ha reproducido como una plaga y estoy fuera de mi
fuera de la costra, queriendo mucho más que lo evidente.

Esa niña es ya un recuerdo sepia, inconmovible. Esa mujer,
una efigie que mira a la niña sin lágrimas en los ojos.
Y lo más probable es
que aquellos hombres, hayan sembrado este jardín
donde los cardos representan humildad y todo eso
que se suele decir para echar flores y etcéteras
cuando ya no queda nada que decir.

Lo cierto es
que siempre habrá más de lo mismo, bajo otra piel.
Siempre habrá un poeta que, con una palabra inventada
te haga fruncir el ceño. Te ofenderás o reirás, seguramente
sí. Es la primera reacción. Luego verás que se aleja
que se llama a silencio, que se muestra cansado.
¿Cómo explicar? no es poca cosa, tiene sueños atrasados
por andar metiendo “las patitas en el barro
por empecinarse y no soltar, el halo de la luna.

No lo llames, no lo llores, no
intentes entender qué hay en su sangre.
No quiebres sus alas ni sus tímpanos.
No insultes sus sensores con miradas.
No le escondas las sienes, es imposible, ya te ha visto
ya lo ha escrito.
Aprende a indemnizarte en el espejo y déjalo ir,
sólo eso. Sólo eso.

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