sábado, 5 de diciembre de 2009

El meollo

por graciela malagrida


a mis amigos, todos.


Dices: - ¡poeta! ¡cuánto te quiero!-
dices cosas por el estilo…
y lanzas letras en llamas
que pueden cambiarnos
o quemarnos la casaca
o alterar alegremente
la composición del uni-verso.

Dices: - ¡qué linda se ha puesto la noche!-
y haces correr brisas
por los brazos concluyentes de este río
por la dicha del dicho
y la plétora propia de la rambla.

Digo y me expongo
como una hojuela
como una cascarilla bajo la luna…
y se le cae una lágrima
que platea mis sienes expugnables.

Dices que callas, pero vistosamente
influyes en el silente desierto de las sombras.
Y andas en puntas de pie
por el costado re-verso de la vida
dando runa, forma, giro, enlace
al lapso breve.

Dices y te arrojas
digo y te acongojas
entonces me meto el alma en un puño
para no herir más
el momento del réquiem. Dices
que algo muere, que algo nace.
Hago una pausa, discreta

...y la tilde se posa
sobre los corazones incansables, esos
que buscan un dejo de ternura hasta en las piedras.
Entonces, sólo entonces
muta a mariposa de alas nacaradas
sin olvidar sus días de tilde y de crisálida.
Entonces, sólo entonces
es hora de callar.

Dices: -¡poeta! ¡ven poeta!-
y me invitas tu mirada sedienta
y llamas al júbilo, al hallazgo
y quizás, sin darte cuenta
te vas contagiando
poco a poco, paso a paso
del dicho al hecho, en el camino
de la cadencia sublime
de la palabra en lengua
ya empapada.

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