sábado, 9 de octubre de 2010

Delivery

por graciela malagrida


Releo y pienso:- ¿quién escribió esto?-. Me repliego, me ultimo…cae alguna que otra lágrima, inevitablemente. Reinicio. G.M.



-“Letras a domicilio”- decía el cartel. Lo vi de lejos
no por lo grande, sino por el llamativo propósito
tan inusual. ¿Un delivery de letras? ¿quién podría
tener tal hambre, tal urgencia?. Bajé del auto, dispuesta
a buscar el timbre; dejé las luces encendidas, la llave puesta
y al dar el primer paso, se abrieron las puertas.
Había un mostrador vacío, un logo que parecía una Ñ
sillones rojos como labios y vidrios muy limpios, envolventes.
Nadie parecía sentir siquiera mi presencia. Mi
alto grado de curiosidad perforaba ya las paredes, cuando
vi una mujer que lentamente se acercaba por un largo pasillo.
Era, tan idéntica a mi, que empecé a sentir frío en las manos…
Me miró, me saludó con un tono familiar, me invitó
una taza de té y secó, esa lágrima que
salió rodando por mi mejilla. Luego
salimos a caminar en silencio
por un jardín circular, por tramos selvático
temático, pulcro, primoroso…
Todo era tan suyo como mío, nos parecíamos
tanto…si, mucho, pero con una salvedad
ella era yo, desposeída de mi, del terrario, del hormigueo
dueña de ese otro mundo, de los sueños
de los mullidos sillones en forma de besos
de las mariposas gigantes, de los alguaciles y bichos
de la luz, de las candelas, las luciérnagas, la luna en los fangales
de los jazmines de Túnez, de las trompetas de Cuba
de las orquídeas salvajes por siempre florecidas
y de los saltos… perdidos en vergeles.

Nos expedimos
intercambiamos tarjetas
prometimos llamarnos, a conciencia
y nos despedimos sin post data ni atenciones
yo diría “parcamente”, sin vacilaciones
ni nada más que agregar.

Releo y pienso:
- ¿quién escribió esto?-.

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