miércoles, 1 de diciembre de 2010

Transmigración

por graciela malagrida

Esto es serio, poéticamente palpable, involucra al ser real, no a las mutaciones póstumas que sufren ciertos elementos psíquicos del hombre. G.M.








Hace largo tiempo fui
una niña llorona, una mariposa tierna
tan tierna y quebradiza
que al resucitar cada mañana
emocionaba a los serafines, hasta el rocío.
Decidí un día dejar atrás ese perfil.
Lo recorté, lo pegué en mi pizarra de corcho
y ahí quedó colgado entre collares y mensajes
por años.

Las mutaciones se sucedieron dolorosamente
hasta graciosa e inevitablemente. Y una noche
desperté como el agua: translúcida.
Había perdido cuerpo, al menos, el anterior
me atravesaba de lado a lado con las manos
y la temperatura ambiente, escénica, real
influía en mi cambio de estado, si
pero jamás en el ánimo.

Me fue más fácil viajar de esta manera
¿te imaginas? como un témpano
hundida en un ochenta por ciento
florando entre ballenatos y tiburones ciegos
de polo a polo, de estrechos a mar abierto… a derretirme
en Costa de Marfil, en las arenas de Sri Lanka
entre galápagos, estrellas y cangrejos
hasta quedar tendida como una figurita
para volver a pleamar, hasta el Río de la Plata
o a saltar en la Garganta del Diablo, sólo por el placer de ver
cuánto puede evaporar la tenuidad del arco iris…
ah! el arco iris…

Ya no lloro, soy
todas las lágrimas
incluso, las del cielo. Soy el agua
despedazada y recompuesta

Las mutaciones suceden así
dolorosamente
a quienes pueden soportar
la transparencia… y con ellas
mutan las expresiones, todas
en bandada.

“Hace un tiempo fui una niña mariposa
que lloraba en un rincón
hasta el amanecer… Hoy
sólo la miro, le leo un cuento, la acaricio
la arrullo, la veo como un animé de ojos grandes
sonriente, como un cuarto creciente
feliz...”

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