jueves, 27 de mayo de 2010

Hábitat

por graciela malagrida

El poeta se filtra entre la gente, los bichos más pequeños, las avecillas y todo lo ve o lo imagina… El poeta explora para crear cálidos paraísos a medida. G.M.


El lugar común de los poetas resulta poco común
a quienes nunca interponen el corazón a los hechos
o emplean de sufijo un suspiro
o se tragan las noches, los días aciagos
las sombras ocultas tras los árboles, las lumbreras
…o ven como broche a la letra
ascender cual estrella
a palpar la gloria divina con sus manos.

El lugar común de los poetas
tiene rimas que riman entre sí:
una que reza y ríe y corretea;
se llama Brisa, -predilecta mía-. Ella asiste a las flores
de igual modo que a los rostros taciturnos
y luego, suave, llama al Viento, para que abra
puertas y ventanas a la impetuosa Lluvia
que invariablemente irrumpe jovial.

No hay magia en el hábitat de los poetas
sino gracia, dulzura
la quinta esencia purificando a su paso
todo lo que toca. Hay piedras filosofales
emanando elixires azulados. Hay seres
de apariencia ligera, fluorescentes
que nos muestran que en esa tenuidad
sucede la transición deseada, la eternidad
en el verso.

Y el fin, es el principio
que rige y regenera
la voz del cielo
en la lira y la belleza inextinguible
de la musa. En mi hábitat
aun somos Adán y Eva exentos de pasado
de ansiedades, de pecado.

Aquí los poetas sabemos a ciencia cierta
que el Creador no juega a las escondidas
porque jamás nos ha negado el horizonte
el fruto, la palabra.
En este lugar es común
"querer" para crear y ser. Eso nos basta.

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