“La lluvia carga el cántaro
la grieta lo desagota...
cada cual hace su trabajo.
Mas nada ni nadie despuebla
la actitud del agua, del fuego
y del poeta.” G.M.
Anduvimos
descalzos sobre cristales
y varias antorchas encendidas
salieron de nuestras bocas.
Y uno preguntó:
-¿no debían haber entrado?-
y el resto del mundo nos miró
aguardando la respuesta
.
.
.
Este poema
estos gestos
esta flama
estos pedazos de fuego
que del corazón devienen
no encuentran más lugar
por donde salir.
Otro
se atrevió a cruzar la vereda del dolor diciendo:
¿y porqué no se ven lastimados?
¿porqué lucen esa cifrada sonrisa?
¿porqué parecen mansos estanques en la tormenta
flores perennes en el desierto
frutos deliciosos en el momento sinsabor
gemas radiantes sobre el luto?
-esta vez
respondimos al unísono
ayudados por todos las aves:-
Porque escribiendo desde el otro
desde aquel que no lee, que no come, que no sueña
que no escribe… desde aquel que aun busca la salida
adherimos al poder supremo que da vida
enlazamos la luz que inmuniza la carne
aprehendemos del talento impar
a no ser agujeros negros de los pares
sino huecos prontos a llenarse, cántaros vivos, vasijas
.
.
.
y aún agrietados
o abiertos de par en par
servimos sin querer, como los árboles
dando sombra y tronco al peregrino
o como sus hojas, reteniendo en la sequía
lágrimas de Dios
para regar el camino.
Hubo un gran silencio
…
y luego
se encendieron las lenguas
los ojos
los dedos
las antorchas.